Te guardo una habitación en mi corazón...
Mi siguiente viaje lo realicé en compañía de algunos
amigos americanos. Visité los indios de Nuevo México, y
concretamente a los pueblos indios constructores de ciudades.
Por cierto, que «ciudades» es decir demasiado, pues en
realidad son aldeas nada más, pero sus casas apiñadas y
construidas una sobre otras sugirieron la palabra «ciudad»,
así como su idioma y todas sus costumbres. Allí tuve por
primera vez la suerte de hablar con un no europeo, es decir,
con un hombre no blanco. Era un cacique del pueblo Tao, un
hombre inteligente de entre cuarenta y cincuenta años. Se
llamaba Ochwiä Biano (Lago de montaña). Pude hablar con
él de un modo como raramente he hablado con un europeo.
Evidentemente estaba preso en su mundo, como un europeo
lo está en el suyo, pero ¡en qué mundo! Si se habla con un
europeo, uno encalla siempre en lo conocido desde tiempo
inmemorial y, sin embargo, nunca comprendido; en cambio
allí uno navega por mares profundos y exóticos. En ello no
se sabe qué es lo más fascinante, si la visita desde la otra
orilla o el descubrimiento de nuevos accesos a lo
remotamente conocido y casi olvidado.
«Mira», decía Ochwiä Biano, «lo crueles que parecen
los blancos. Sus labios son finos, su nariz puntiaguda, sus
rostros los desfiguran y surcan las arrugas, sus ojos tienen
duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan? Los blancos
quieren siempre algo, están inquietos y
desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les
comprendemos. Creemos que están locos».
Le pregunté por qué creía que todos los blancos están
locos.
Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.»
«¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté.
«Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón.
Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera
en mi vida me pareció que alguien me había trazado un
retrato del auténtico hombre blanco.
* parte del libro de Recuerdos, sueños y pensamientos de Jung. Encontareis esta parte del relato sobre la pag.290.
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